sábado, junio 24, 2006

EL DIEGO


Mirandistas escribieron y publicaron este artículo sobre El Diego en el año 2001.


EL PITAZO FINAL

Cuando Maradona estaba en la cancha, el resto de sus linajudos compañeros parecían simples albañiles. El 10 argentino encandiló al mundo futbolístico con su porte, técnica y genio estratégico. Pero brindó, fuera del rectángulo, una vida plagada de desaciertos y equivocaciones. Diego era sublime y atormentado por sus excesos. Y eso precisamente es lo que le distingue de las demás estrellas del balompié: Diego Armando fue el más grande pese a sus imperfecciones. Se las ingenió para deleitar y dar alegría a millones mientras su vida se iba por el caño. El próximo 10 de noviembre es su partido final como jugador. El día en que deja de ser el mejor futbolista de todos y se convierte sólo en un hombre.

por Luis Miranda Valderrama

La que dejó Diego es una leyenda que va a durar por los siglos de los siglos, más allá del fútbol. No porque sea edificante, sino porque nos pinta a los argentinos tal como nos gusta vernos: hermosos, llenos de talento, abatidos por la absurda injusticia.
Osvaldo Soriano

La tarde del domingo 25 de Octubre de 1997, Diego Armando Maradona jugó el último partido oficial de su vida sin siquiera saberlo. Caminó desde uno de los camarines del Estadio Monumental de River hacia la noble e histórica cancha que alberga al club de la banda sangre y al seleccionado argentino. Un sector del estadio, el mayoritario, lo abucheaba sin compasión, y otro, más recudido e incondicional, le lanzaba papel picado que caía sobre sus hombros y cabeza. Diego Armando Maradona comandaba el piquete de once jugadores del Club Atlético Boca Juniors rumbo al campo de juego para enfrentarse a su eterno rival, el River Plate.
“El pelusa”, como lo habían apodado de niño, tenía el pelo corto y una barba de chivo. Su camiseta, con el 10 en la espalda, lucía un azul oscuro perfecto y una franja amarilla brillante. Los jugadores se repartieron por la cancha y Maradona, el Diego, fue caminando con el pecho bien arriba hasta el centro de la cancha. Allí estaba Enzo Francescolli, capitán y referente máximo del cuadro millonario. Los dos hombres se abrazaron mientras los fotógrafos se apostaban a sacar las mejores impresiones. Luego, el 10 xeneize se fue corriendo a saludar a Ramón Díaz, técnico de River y antiguo compañero de la selección argentina. El árbitro ordenó despejar el lugar y Diego, entonces, fue el encargado de mover la pelota luego del pitazo inicial.
Lo que sucedió en ese partido fue más bien anecdótico. Boca dio vuelta un resultado adverso y ganó a lo grande a River por dos goles contra uno. El barrio de Núñez lloraba y el barrio de La Boca reía. Sin embargo, Diego Armando no participó de la victoria. Estaba cansado, en la cancha sólo entregó una décima parte de su genio y fue sustituido, sin pena ni gloria, por el prometedor Juan Román Riquelme, durante el entre tiempo.
Diego Maradona había entregado el bastón de mando y se quedaba solo en el vestuario. Cinco días después, luego de insistentes rumores de doping positivo por cocaína y ante versiones inexactas sobre la muerte de su padre, Maradona se despidió de una parte de su vida. Tal vez, la más importante.
“Fue lo último, dije basta”, escribió en sus memorias. “Si había empezado alguna vez con esto, con esta historia del fútbol, era por un sueño mío. Y si había seguido, después, era por mi familia. Sentí que había llegado el momento de dejar de hacerlos sufrir. Y le dije adiós al fútbol. ¿Para siempre?”, se preguntó.
“Jamás diría eso”, respondió.

EL PELUSA, LOS CEBOLLITAS Y EL PROFE CORNEJO
El nacimiento futbolístico de Diego Armando Maradona fue en los potreros vecinos a su casa, en la miserable Villa Fiorito, gran Buenos Aires. Desde pequeño deslumbró a sus amigos y familiares con el dominio absoluto del balón. Por ese motivo y guiado por el camionero José Trotta, hincha de Argentinos Juniors, El Pelusa llegó al barrio de La Paternal y se integró al equipo de Los Cebollitas, dirigido por el entonces junior bancario, Francisco Cornejo.
Los Cebollitas era la división infantil del pequeño club profesional, Argentinos Juniors cuestión que adquiría una importancia no menor. Con este paso Diego comenzaba a transitar por el fútbol grande. Su sueño de pequeño, de jugar profesionalmente y ser campeón del mundo con Argentina, poco a poco, tomaba forma. Y el hombre de apellido Cornejo le ayudaría a hacerlo realidad.
“Tan pronto como llegamos, Diego se juntó al resto de los chicos para la sesión de entrenamientos de prueba. Parecía venir de otro planeta”, recuerda don Francisco. “Desde el principio parecía capaz de hacer con la pelota lo que quisiera. Gambeteaba mejor que los demás y mantenía el mismo control en las paradas y en los pases. Mantenía durante siglos la pelota sobre la cabeza o en el pie izquierdo”.
Tenía 8 años. En tamaño era casi un enano y con principios de desnutrición, pero con el paso del tiempo comenzó a ser el alma de los Cebollitas.
Don Francisco lo llevó con calma, sabía que con paciencia, alimentación y un poco de cariño paternal, el niño desarrollaría sus talentos junto a su físico. EL aire tranquilo y conciliador de Cornejo ayudó a que El Pelusa viera en su entrenador al padre que Chitoro, su progenitor biológico, no había logrado encarnar.
En 1973 Los Cebollitas del profesor Cornejo habían alcanzado la cifra record de 100 partidos invictos. Ese día, Diego se enfrentaba con un equipo grande, el famoso River Plate. Desde muy pequeño “El Pelusa” fue hincha de Boca Juniors. Su padre lo había llevado un par de veces a la Bombonera y se había deslumbrado con el color azul y la franja amarilla, ubicada en la zona limítrofe entre el pecho y el abdomen. Maradona se sentía parte de ese club, de sus jugadores y sobretodo de su hinchada. Boca Juniors era el triunfo del pueblo y su eterno rival, River, pertenecía a quienes eran capaces de comprar la gloria con millones. Esa tarde, Maradona se enfrentaría con su enemigo natural y algunos periodistas que buscaban llenar la página de juveniles, se aprestaron para ver el evento.
Maradona recibió la pelota de su arquero y comenzó a pasarse a cada uno de los jugadores millonarios. Les hizo túneles, taquitos y globos. Llegó al aérea grande, se desembarazó del zaguero central y ante la salida aterrada del arquero, lo gambeteó y entró caminando al arco.
Los periodistas quedaron boquiabiertos, Don Francisco se sentía feliz y humildemente aplaudió la maravillosa jugada de su diamante en constante pulido. Maradona sólo comenzaba a ensayar su jugada maestra.
“Nosotros jugamos por divertirnos”, declaró el “Veneno”, compañero y amigo cebollita. “Nunca vamos a jugar por plata, todos se matan por ser estrellas y, entonces, vienen las envidias y el egoísmo”
El “Veneno”, eufórico hablaba con los periodistas, abrazado de su pequeño y chascón compañero. Maradona sonreía con genuina alegría. Estaba feliz. Nada en el mundo podría quitar esa sonrisa de su cara. Jamás en ese momento de orgullo y gloria.
Pero el profe Cornejo sabía que quedaría poco de esa diversión. Maradona, lo sabía, estaba para grandes cosas y todos querrían verlo lo antes posible. La dirigencia de Argentinos Juniors esperaban impacientes el florecimiento físico del niño para hacerlo debutar. Cornejo pensaba lo contrario: No deseaba que el niño Maradona se convirtiera en un hombre. Eso era peligroso y la alegría de esa sonrisa, más tarde, le darían la razón.

EL DIEGO Y LOS OTROS
El 20 de octubre de 1976, mientras la dictadura militar argentina comenzaba su política de exterminio contra todos sus opositores, el adolescente Maradona ya estaba listo para hacer su debut en la primera división.
El Pelusa era un secreto a voces. Hacía tiempo de que no aparecía un crack de tamañas dimensiones en canchas argentinas. Y todos esperaban que el diamante estuviera listo para ser mostrado en sociedad. El profe Cornejo, sin embargo, se opuso. Ya le habían separado de él al subirlo al primer equipo e instalarlo en un departamento. Cornejo ansiaba un año más, tan solo uno más en sus querido Cebollitas. Pero la dirección del club fue determinante.
Cornejo, con lágrimas en los ojos rogó para que el chico no debutara tan joven. El presidente, Próspero Consoli, se negó. Cornejo temía por la fama, los golpes físicos y la inmadurez del talento. Primó la actitud de esa época: No escuchar y dictar.
“Ahí estaba yo, el hombre que le había dedicado si vida al chico, el que lo había entrenado en todos los años de aprendizaje, el que lo conocía mejor que nadie, rogando... Y Consoli, inmutable, me dijo: ‘El presidente soy yo y usted hará lo que yo le diga’”
Diego ingresó cuando comenzó el segundo tiempo, tal como 22 años después lo hiciera Juan Román Riquelme con él mismo, del partido Argentinos Juniors contra Talleres de Córdoba, en el estadio La Paternal. Apenas entró en contacto con la pelota, Diego Maradona encaró a un rival, esté fue con todo a quitarle el preciado balón. Maradona lo esperó y en vez de entregársela a un compañero, le asestó un formidable túnel. El estadio ovacionó al niño-hombre. En su espalda estaba el número 16. Al siguiente partido se colocó su 10 querida y jamás volvió a vestir otro número.
Así se inició el mito. Jugó un par de años en Argentinos y se convirtió en su estandarte. Fue preseleccionado para la selección Argentina, pero no pasó el cedazo que Menotti hizo antes del Mundial de 1978. Ganó el Mundial Juvenil de Japón en 1979. Luego pasó a Boca Juniors, su sueño hecho realidad, y lo ganó todo en su breve paso. Salió en andas el año 1981 con el título en sus manos. Ese mismo 1981, y pese a las campañas económicas para evitar su venta, Diego Armando fue contratado por el Barcelona Fútbol Club en algo más de 8 millones de dólares. Se acercaba el Mundial de España 1982 y sería el mejor lugar para prepararse. Diego firmó feliz. Atrás quedaba Fiorito y los Cebollitas y de la miseria del régimen militar argentino. Atrás quedaba el sueño de debutar en primera. Faltaba el quimérico sentimiento de ser el mejor de todos y ganar la copa del mundo con la albiceleste. Eso podía estar a un año de distancia. Y Maradona sucumbió.

DOS MUNDIALES - DOS DIFERENCIAS
Lo que ocurrió en España marcó a Diego Maradona en el plano deportivo y personal. En el Barcelona una gran fractura y la hepatitis lo privó de ser la estrella que todos pensaban ver. Además, en el Mundial de España, el equipo argentino fue eliminado tempranamente de la justa por su enemigo más visceral: el extraordinario Brasil de Telé Santana. En el aspecto personal Diego Armando comenzó a vivir en soledad y con dinero. Maradona, con la inexperiencia de los años, comenzó su vida nocturna y de excesos. Cuando se deprimía, el joven y salvaje jugador salía a divertirse a la cosmopolita ciudad de Barcelona.
Los choques de estilos entre el club, frío, sobrio y económico, y las del jugador, temperamental, intuitivo y popular, hizo crisis. Maradona buscó apoyo en su país, azotado por la tragedia de la Guerra de las Malvinas contra los ingleses, y en la influencia del alcohol y las drogas.
EL Napoli italiano fue otro de los factores que salvaron la carrera del Pelusa. El año 84 fue contratado y llevado a la ciudad cuna de la Camorra italiana. Aquí existe un punto de inflexión en la vida del jugador. El sur de Italia, agrícola, cálido y pobre, siempre ha sido menospreciado por el norte, que es rico, industrial y de clima frío. Esta diferencia es notable en aquellos equipos del Calcio que han ganado más scudettos. La Juventus, el Inter o el Milan, cuadros del norte. El Napoli, por el contrario, no tenía tradición alguna y Maradona llegaba como el salvador del pueblo y del honor septentrional.
Y no desentonó. La ciudad de Nápoles y su equipo de fútbol tenían cierta similitud su pasado en Boca Juniors. Gente pobre y apasionada. Opresión y deseos de ganar. Como un caudillo, Maradona apretó los dientes y mostró de la madera con que estaba hecho.
Así llegó al Mundial de México. Con el pecho más inflado que nunca. Con la actitud de líder, que antes había carecido. Argentina era un simple actor de reparto en donde Brasil, Alemania e Italia eran los protagonistas. Pero con el paso de los partidos Diego Armando Maradona se convirtió en el monstruo que sus amigos habían visto en los poteros de Villa Fiorto y en las canchas del barrio La Paternal. Como si estuviera jugando con “Veneno” en los Cebollitas, Maradona llevó a su querida Argentina al título Mundial. Pero eso no había sido todo.
En los cuartos de final, Argentina se enfrentaba con la difícil escuadra de Inglaterra. Cuatro años antes, el pueblo argentino había sido humillado cuando los británicos recuperaron las islas Malvinas, invadidas y reclamadas por Argentina. En una demostración de genio y astucia mal habida, Maradona convirtió un gol con la mano. El segundo gol, sin embargo, estremeció a cada habitante argentino y le devolvió la esperanza a todos los familiares de los jóvenes que habían caído en la breve guerra. Un ejemplo es el legendario relato de Víctor Hugo Morales, cuya narración fue escuchada en toda Argentina por radio Continental y que vivió con el alma el gol más grande convertido en un mundial:
“La va a tocar para Diego. Ahí la tiene Maradona, lo marcan dos, pisa la pelota Maradona. Arranca por la derecha el genio del fútbol Mundial. Y deja el tendal y va a tocar para Burruchaga, siempre Maradona. ¡Genio! ¡Genio! ¡Genio!, tá tá tá tá tá tá tá... ¡Gooooooool! y ¡Goooooooool! ¡Quiero llorar! ¡Dios Santo, viva el fútbol! ¡Golaaaazo! ¡Diegooo Maradona! Es para llorar, perdonenmé... Maradona, en una corrida memorable, en la jugada de todos los tiempos. ¡Barrilete cósmico!, ¿de que planeta viniste? Para dejar en el camino a tanto inglés. Para que el país sea un puño apretado gritando por Argentina... Argentina 2, Inglaterra 0. Diegool, Diegool, ¡Diego Armando Maradona! Gracias Dios, por el fútbol, por Maradona, por estas lágrimas... por este Argentina 2, Inglaterra 0...”
Las lágrimas de Morales eran reales. El pueblo argentino salió a la calle a vitorear el apellido Maradona. El pequeño jugador de Villa Fiorito había dejado en el camino a tanto inglés. Probablemente muchos se hubiesen conformado con tamaña victoria. Pero en Maradona había sed de triunfo y les otorgó la Copa del Mundo. Cuando venció a Alemania por 3 goles a 2. Miró a la cancha vacía y levantó la Copa. El oro estaba en sus manos y el sueño de pequeño se había cumplido. Era campeón. Lo había logrado. Maradona Campeón del Mundo.

EL OCASO
Maradona, luego del triunfo mundialista, entró una forma de vida autocomplaciente. Las licencias, como los triunfos, ingresaban al mismo saco. Maradona era el más grande, el dueño de Nápoles, Argentina y del fútbol a nivel global. Pero también era el dueño de una vida llevada al máximo, con mujeres, cocaína y desenfreno. Para el Mundial de Italia, el año 1990, Argentina llegó a la final, pero perdió. Maradona, lesionado y herido en el honor al no ser apoyado por los italianos del norte, no fue el mismo que en México 1986.
Luego llegaron los problemas de doping, sus dos regresos, al Sevilla español y al Newells Old Boys argentino. Su triste nuevo doping por norefedrina en el Mundial de Estados Unidos y su intermitente vuelta al club de toda su vida. Boca Juniors.
En ese momento estaba cuando un rutinario control de sustancias prohibidas nuevamente arrojó trazas de cocaína. En el fútbol, los dos primeros doping son suspensión, pero en el tercero significa la expulsión. Se supone que ese doping nunca fue comprobado. Pero Maradona dejó de jugar ese 25 de octubre de 1997 cuando su Boca querido vencía a River. De haber seguido, el caso de doping hubiera estallado. Maradona prefirió el adiós.
Después de un tratamiento de rehabilitación de drogas en Cuba, después de casi morir en Uruguay por sobredosis, después de ser detenido y procesado por consumo de drogas, después de chocar y casi destrozar su cuerpo, después de todo eso, Diego Armando Maradona se retirará del fútbol con la camiseta número 10 en su espalda. Comandará, por última vez al piquete de once jugadores de la selección argentina de fútbol. Caminará desde el vestuario a la cancha de Boca y en algún momento del partido otro jugador pedirá cambio por él.
“Yo pensaba que no iba a llegar tan lejos con mi fútbol. El de arriba, el Barba, conmigo se zarpó, viste. Me dijo ‘Andá, rompela, hacé goles y dale alegría a la gente’... Creo que me dio demasiado, ¿no?”
La gente le verá caminar desde el centro de la cancha con los brazos arriba. Ese será su minuto final. El pitazo del cambio. El momento en que para Diego Armando Maradona, todo habrá terminado.

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